02 de junio de 2022 - 16:44
Ni Una Menos se grita en todo el país. (Foto: archivo)
El 3 de junio de 2015, miles de personas desbordaron las calles de Argentina con una consigna que nació como respuesta al femicidio de una adolescente asesinada por su pareja. Pero lo que parecía una protesta espontánea fue, en realidad, el punto de ebullición de décadas de activismo feminista. Este año, la tradicional movilización se realiza el 4 de junio para acompañar a jubilados y jubiladas que desde hace meses reclaman cada miércoles frente al Congreso un aumento, y que en repetidas ocasiones han sido reprimidos por las fuerzas de seguridad.
“Creo que el principal logro de Ni Una Menos fue producir un proceso de sensibilización social que cambió los umbrales de tolerancia hacia las violencias de género” comenta Luci Cavallero militante feminista integrante de la Asamblea Ni Una Menos, una de las voces que ha acompañado el movimiento desde sus inicios. Esa sensibilización, que reconfiguró la percepción pública de la violencia machista, también modificó subjetividades y puso en crisis relaciones de poder: personales, dinámicas laborales y la separación tradicional entre lo que se considera un asunto privado y lo que se reconoce como una problemática social.
La potencia del Ni Una Menos residió en su masividad. El movimiento feminista en Argentina tenía varias décadas, ya en 1986 se realizó el primer Encuentro Nacional de Mujeres, en 1986 se realizó el primer Encuentro Nacional de Mujeres, (hoy Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias una reunión autogestionada que cada año congrega a miles de mujeres y disidencias de todo el país para debatir sobre feminismo y derechos humanos) y la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito cumplió recientemente 20 años. Pero lo que ocurrió desde 2015 fue una visibilización masiva, también gracias a muchas periodistas que jugaron un rol clave dentro de los grandes medios de comunicación. Quienes dieron cobertura mediática a los femicidios desde una perspectiva de género y sostuvieron el tema en agenda esos meses previos al 3 de Junio.
Avances y retrocesos
El Ni Una Menos se transformó en motor de politización para una generación entera y las demandas se fueron complejizando. El 8 de Marzo de 2016 se realizó la primera huelga nacional de mujeres y disidencias, que implicó paros laborales, marchas masivas y una denuncia colectiva de la violencia machista. Y un año más tarde, en 2017 la huelga internacional. “Empezamos a profundizar en la consigna de Ni Una Menos, dotándola de sentido y de todas nuestras demandas, por todas nuestras causas, todas las violencias que sufrimos en nuestras vidas cotidianas.” Cuenta Agustina Vidales Agüero, feminista lesbiana integrante de la Campaña Nacional por el derecho al aborto. Del reclamo contra los femicidios se pasó a la denuncia de las violencias económicas, al señalamiento de la deuda externa como violencia estructural, a la incorporación de lo plurinacional reconociendo los pueblos indígenas, el transfeminismo reconociendo las disidencias y a la histórica exigencia por el aborto legal, seguro y gratuito. La Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo finalmente se sancionó en diciembre del 2020. El movimiento Ni Una Menos en Argentina fue parte de un movimiento internacional, con el “Viernes Negro” de las polacas, el “MeToo” en Estados Unidos, las rebeliones de las mujeres iraníes contra el uso obligatorio del Hijab, las Huelgas Feministas que se hicieron tradición en todo el mundo.
Una década después, el feminismo en Argentina enfrenta un nuevo escenario. En tiempos de crisis económica, ajuste estructural y discursos reaccionarios desde el Estado, la pregunta ya no es sólo cómo se avanza, sino también cómo resistir. “El ícono de la motosierra que representa el recorte estatal se traduce en más trabajo no remunerado para las mujeres”, advierte Luci Cavallero. Las tareas de cuidado, invisibilizadas y desigualmente repartidas, se intensifican en contextos de desmantelamiento de políticas públicas. Mientras tanto, las redes feministas se reorganizan para sostener lo que el Estado abandona.
Agustina Vidales: “Hoy estamos golpeadas. Este año y medio de gobierno fascista nos viene golpeando en nuestros derechos sexuales y reproductivos, en la salud, en el trabajo digno, en las jubilaciones. Estamos tratando de atajar problemas por todos lados”. La precarización creciente no es sólo económica: es también simbólica y política. En ese contexto, la institucionalización de las demandas —un paso necesario para conquistar derechos— se revela también como una trampa. “Tener paridad en el Congreso no alcanza si las que llegan no son feministas”, sostiene.
Desde la asunción del actual gobierno ultraliberal de Javier Milei en diciembre de 2023, caracterizado por su retórica antifeminista y su política de desmantelamiento del Estado, Argentina ha experimentado un desmantelamiento profundo de políticas públicas orientadas a la equidad de género, la diversidad y la salud sexual y reproductiva. Al cierre de programas, la desfinanciación, la persecución ideológica y las fake news, le siguieron los intentos de vaciar de contenido o volver a tradiciones religiosas, morales y biológicas. Cerraron organismos clave como el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).
Desfinanciaron programas fundamentales como la Línea 144 de asistencia a víctimas de violencia, el Programa Acompañar, el Plan ENIA de prevención del embarazo adolescente y la distribución centralizada de anticonceptivos y medicamentos para la interrupción legal del embarazo. Además, se recortaron presupuestos vinculados a la Educación Sexual Integral (ESI) y se desmantelaron políticas de inclusión laboral para personas trans, entre ellas el cupo laboral y el Programa Travesti Trans.
Recientemente el congreso argentino eliminó un programa de reparación económica que tenía una moratoria previsional que permita acceder a una jubilación sin haber completado los años de aportes formales, una situación común en mujeres debido a las tareas de cuidado no remuneradas. Esto deja a miles sin cobertura previsional, profundizando la desigualdad de género en la vejez. Se estima que solo una de cada diez mujeres podrá jubilarse.
Estos retrocesos no solo desarticulan redes de contención y representan una pérdida de la experiencia acumulada en la generación de políticas sobre el tema, sino que agravan las condiciones de vida de los sectores históricamente más vulnerados.
Desafíos de un movimiento plural
El feminismo, las políticas de género, la educación sexual han sido una puerta de entrada a procesos de politización para las generaciones más jóvenes. Luci Cavallero analiza que “se produjo un cierto desenganche para los varones, porque se pusieron en crisis modelos de masculinidad clásicos pero no aparecieron modelos de masculinidad alternativos o no se pudo hacer un proceso a la par. Lo que generó que una parte de los varones -aunque no es la mayoría- sintieran que las conquistas y que los avances de género iban en detrimento de sus derechos.”
Karina Cimmino, coordinadora académica del Diploma Superior de Educación Sexual Integral (ESI) de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) analiza que “Es importante trabajar el tema de que la violencia de género es relacional, y debe trabajarse también con los varones. Es una deuda pendiente de cómo se van abordando las nuevas masculinidades, es clave para prevenir la violencia basada en género”.
Las extensas asambleas siguen siendo una de las principales fortalezas del movimiento. En esos espacios se ponen en juego diferencias, debates y aprendizajes que permiten construir colectivamente y redefinirse. El feminismo argentino conserva su capacidad de disputar sentidos en el espacio público. La consigna “La deuda es con nosotras” apunta a una de las causas estructurales de la desigualdad. La denuncia de la deuda externa, especialmente con el Fondo Monetario Internacional (FMI), como un mecanismo que impone recortes sociales que afectan especialmente a mujeres y disidencias en situación de pobreza, busca conectar la lucha feminista con el reclamo por soberanía económica. El movimiento, en ese sentido, no ha perdido su vocación interseccional e inclusiva.
Tania Jáuregui Milikowski integrante Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), un movimiento territorial que trabaja en villas y barrios populares en diferentes provincias, asevera que “Hay un sinfín de cuestiones y de entramado social que está muy roto y que hay que volver a articular desde abajo, pero estamos muy seguras de que este es el camino que hay que seguir. El movimiento feminista hoy tiene que volver a los territorios, a acciones concretas, a desempolvar los pañuelos verdes”.